Mons. Dr. Jerónimo Arturo Rivera Damas, S.D.B.

El tercer Obispo diocesano “nació el 30 de septiembre de 1923, en San Esteban Catarina, departamento de San Vicente, hijo de Joaquín Rivera y Ester Damas de Rivera. Sus estudios: Comenzó su preparación sacerdotal con los Padres Salesianos, obteniendo su Ordenación sacerdotal, el 19 de septiembre de 1953, posterior a su ordenación fue enviado a Turín, Italia, para estudiar Derecho Canónico, obteniendo su doctorado en el Pontificio Ateneo Salesiano. Nombrado obispo Auxiliar de San Salvador, el 30 de Julio de 1960 y ordenado el 23 de octubre del mismo año. Fue obispo auxiliar de Monseñor Chávez y González por 16 años. Luego el 26 de septiembre de 1977, fue nombrado obispo Diocesano de Santiago de María. A la muerte de Monseñor Romero, fue nombrado Administrador Apostólico de San Salvador, el 4 de abril de 1980, cargo que mantuvo por casi tres años, pues el 28 de febrero de 1983, lo nombraron Arzobispo Metropolitano de San Salvador, donde ejerció su labor episcopal, hasta su fallecimiento, el 26 de noviembre de 1994. Siendo obispo Auxiliar, participó junto a Monseñor Luis Chávez y González, del Concilio Vaticano II, y de la Segunda Conferencia del CELAM, celebrada en Medellín, Colombia, el 26 de septiembre de 1977.

Como obispo de Santiago de María, fortaleció la Estructura organizativa de la Diócesis, y llevó a cabo una importante animación pastoral en las distintas parroquias, grupos y movimientos, así como en el trabajo vocacional. En sus años de arzobispo, vivió lo más cruento de la Guerra civil, lo que le llevó a hacer una apuesta por la paz de nuestro País, y con una acción decidida, hizo su primer llamado al diálogo a las partes en conflicto, pues estaba convencido que la única salida para la paz era dialogar, y en efecto tuvo razón, pues la historia lo ha confirmado, ya que, gracias a su llamado, se inició el proceso de paz. Monseñor Rivera, fue el incansable apóstol de la paz, mérito que aún no se le ha reconocido, como se le debería de reconocer. El Papa Juan Pablo II, en su visita a El Salvador, en 1996, dijo que Monseñor Rivera: “entró en la eternidad después de haber visto despuntar en el horizonte, la paz por la que él, junto a los demás Obispos de El Salvador, había trabajado incansablemente”. Fue un preclaro defensor de los Derechos Humanos”.